lunes, 28 de enero de 2008

TINTA ROJA





Uchuraccay en perspectiva por César Hildebrandt (*)
Me tocó ver esos cuerpos muertos a hachazos, esos sesos expuestos, esas caras color ceniza con una mueca de estupefacción o de miedo final, tan final como inútil.Estaban enterrados de dos en dos, uno sobre otro. Los comuneros de Uchuraccay los habían sacado de las tumbas para que fueran fotografiados y filmados. Eran órdenes. El general Clemente Noel Moral había empezado la guerra sucia que era la respuesta castrense de esa época a la guerra salvaje impuesta por Sendero Luminoso.Fujimori convertiría esa guerra sucia en doctrina y en hábito de los Colina y sus pandilleros. Pero la guerra sucia la fundó el general Clemente Noel Moral en Ayacucho durante los últimos días del mes de diciembre del año 1982.El problema de la guerra sucia es que con ella, como se demostró en Vietnam, pierdes la guerra. Porque una guerra como la que nos enfrentó con Sendero no se gana con el contraterror de unos criminales uniformados. Se gana, precisamente, aislando el terror y demostrando la superioridad política y social del modelo que se defiende con las armas.No íbamos a derrotar a Sendero para entregarles el Perú a Clemente Noel Moral o a su sucesor operativo, Martín Rivas.Pero se lo entregamos a Fujimori, que era la guerra sucia en persona. La guerra sucia en contra de los partidos, el Congreso, la Constitución, la civilización, el poder judicial, el Tribunal Constitucional, la relativa tolerancia y la necesidad de la decencia.Lo que quiero decir es que el general Clemente Noel Moral llegó a triunfar con Fujimori. Y con Fujimori estuvimos a punto de perder la guerra. Un grupo de policías contestones, ajenos a Fujimori y a Montesinos, se empeñó en seguir con su lógica hasta que dio con Abimael Guzmán, el Pol Pot andino, el chico maltratado por su madrastra chilena, el kantiano que nunca entendió a Kant, el autoviudo de Augusta La Torre, el huachafo escritor de panfletos que sólo incendiaban la sintaxis.Y con la caída del “presidente” Gonzalo cayó el jefe político y militar de una guerrilla que no se había institucionalizado. Sin cabeza, los “kmer” de Huamanga pasaron de la deriva a la impotencia.Pero no lo olvidemos: si hubiera sido por Fujimori y su pandilla, muchos Taratas nos habrían emboscado. Y la guerrilla se alimenta del terror que el enemigo, confundido, dispersa indiscriminadamente.Preguntemos al atómico ejército de Israel por qué no pudo derrotar a Hizbolá en ese Líbano cuyo sur casi terminó de destruir en la última invasión. Una cosa es tener las armas. Otra, tener la razón. Hablo, claro, de guerras no convencionales.De Uchuraccay a Fujimori hay una delgada línea roja. A los periodistas que fueron a Uchuraccay los mató el manual del Ejército embarcado en un proyecto que supuso un baño de sangre. Con Fujimori murieron varios héroes de la prensa: el manual se había convertido en memorándum, en orden de operaciones.El objetivo de Uchuraccay fue escarmentar. Los asesinatos de los ochenta, con Belaunde y García, tuvieron el mismo empeño. Tuvo que llegar Fujimori para que esa concepción de la guerra fuese plenamente asumida por el Estado. Fue en ese momento que barbarie y “democracia” se parecieron como una gota de sangre se parece a otra de sangre. Fue en ese momento que Sendero Luminoso empezó a hablar, con razón, “del equilibrio estratégico” de la guerra. Íbamos camino de las FARC. Un puñado de policías a los que no se ha homenajeado como se lo merecen cambió el curso de la historia.Los reporteros de Uchuraccay no murieron en vano. Veinticinco años después nos recuerdan que fueron a averiguar la verdad sobre las muertes de Huaychao, uno de los primeros episodios de la guerra sucia. Y murieron tratando de saber qué había pasado, a despecho de un comunicado oficial encubridor. Se expusieron al peligro por cumplir el primer deber del periodismo: descubrir la verdad. Hoy se lo recuerdan a todos y, especialmente, a los sinvergüenzas que han tomado la prensa para beneficio propio y asaltado sus redacciones y cabinas para enterrar verdades que incomodan. Si alguno de esos muertos supiera en qué se ha convertido hoy, en muchos sentidos, la “investigación periodística” y cómo es que ahora mucha prensa es anexo y eco de la gerencia de publicidad, si alguno regresara del hielo para saber si valió la pena lo pasado, lo más seguro es que se pasearía asombrado por la redacción y se iría lo más pronto en busca de algún amigo con el que tomarse un café y planear otro viaje arriesgado.Para recordarnos qué alta pusieron la varilla, para eso están los compañeros invariables de Uchuraccay.

(*) Aparecido en su columna del diario La Primera

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