De caja boba a caja embobecedora
por Guillermo Giacosa (*)
El aparato de televisión en mi hogar está confinado al sitio menos accesible de toda la casa. ¿Castigo? De alguna manera sí. Está donde debe estar una maravilla tecnológica que, en lugar de contribuir a la comunicación, contribuye al aislamiento y, en lugar de contribuir a comprender el mundo en el que habitamos y padecemos, contribuye al conformismo y a la alienación y alimenta los prejuicios. Dicen que entretiene. Quizá lo haga en sus momentos más lúcidos. El resto es un entrenamiento sistemático para favorecer la pereza mental, adormecer las neuronas y alinear a sus televidentes en la ruta que el pensamiento oficial sugiere. Este comentario nace de la observación de algunos programas periodísticos nacionales y de un programa de espectáculos de Argentina en los que todo el esfuerzo intelectual de sus conductores es sacarles declaraciones vomitivas a quienes integran el mundo de la farándula. En este último estilo, sus conductores hincan e hincan hasta que el entrevistado termina diciendo lo que no quería decir pero ellos sí querían escuchar para aumentar su sintonía. Son auténticos artistas del perverso arte de crear discrepancias y discordias entre los seres humanos. Maestros en el arte de encender las emociones más destructivas que puede producir el cerebro. Y, luego, como para demostrar que el siglo XXI también es un cambalache, pontifican sobre temas políticos y morales, como si les asistiera algún derecho que no fuera otro que el de tener una cara que es conocida por aparecer en la tele. La mona Chita, por falta de un equipo de fonación adecuado, se salvó de hacer declaraciones que hubiesen podido poner en duda la masculinidad de Tarzán o las tendencias zoofílicas de Jane. Estoy seguro, sin embargo, que cualquier sonido que hubiese expectorado el animal hubiese sido interpretado según el antojo de los periodistas, y la población, que necesita creer lo que dicen los medios para poder permanecer fiel a la alienación que le otorga el grado de no-persona, lo hubiera dado por bueno siempre y cuando le sirviera como muleta para no pensar por cuenta propia.
Me pregunto, más allá del dinero que otorga una mayor sintonía, qué otro tipo de satisfacción laboral pueden experimentar quienes trabajan en este rubro. Imagino que, antes de la aparición de la radio y la televisión, quienes hoy ocupan los espacios destinados a lo que se da en llamar "el espectáculo" trabajaban en circos amaestrando serpientes o alimentando sapos. Hoy, la tele y la radio les han dado la ocasión de ocupar los espacios de los animales que antes amaestraban o alimentaban.
Escucho decir "todo el mundo los ve". Yo, que soy parte del mundo, salvo opinión en contrario, no los veo y ninguna de las personas que frecuento, a menos que lo oculten, me cuenta que los haya visto. Reciben, sí, los comentarios de otros y, luego, los circulan. Se crea así la ficción de su importancia. Y quizá sean importantes o al menos todo lo importante que requiere la sociedad para no ocuparse de los temas que realmente preocupan.
El aparato de televisión en mi hogar está confinado al sitio menos accesible de toda la casa. ¿Castigo? De alguna manera sí. Está donde debe estar una maravilla tecnológica que, en lugar de contribuir a la comunicación, contribuye al aislamiento y, en lugar de contribuir a comprender el mundo en el que habitamos y padecemos, contribuye al conformismo y a la alienación y alimenta los prejuicios. Dicen que entretiene. Quizá lo haga en sus momentos más lúcidos. El resto es un entrenamiento sistemático para favorecer la pereza mental, adormecer las neuronas y alinear a sus televidentes en la ruta que el pensamiento oficial sugiere. Este comentario nace de la observación de algunos programas periodísticos nacionales y de un programa de espectáculos de Argentina en los que todo el esfuerzo intelectual de sus conductores es sacarles declaraciones vomitivas a quienes integran el mundo de la farándula. En este último estilo, sus conductores hincan e hincan hasta que el entrevistado termina diciendo lo que no quería decir pero ellos sí querían escuchar para aumentar su sintonía. Son auténticos artistas del perverso arte de crear discrepancias y discordias entre los seres humanos. Maestros en el arte de encender las emociones más destructivas que puede producir el cerebro. Y, luego, como para demostrar que el siglo XXI también es un cambalache, pontifican sobre temas políticos y morales, como si les asistiera algún derecho que no fuera otro que el de tener una cara que es conocida por aparecer en la tele. La mona Chita, por falta de un equipo de fonación adecuado, se salvó de hacer declaraciones que hubiesen podido poner en duda la masculinidad de Tarzán o las tendencias zoofílicas de Jane. Estoy seguro, sin embargo, que cualquier sonido que hubiese expectorado el animal hubiese sido interpretado según el antojo de los periodistas, y la población, que necesita creer lo que dicen los medios para poder permanecer fiel a la alienación que le otorga el grado de no-persona, lo hubiera dado por bueno siempre y cuando le sirviera como muleta para no pensar por cuenta propia.
Me pregunto, más allá del dinero que otorga una mayor sintonía, qué otro tipo de satisfacción laboral pueden experimentar quienes trabajan en este rubro. Imagino que, antes de la aparición de la radio y la televisión, quienes hoy ocupan los espacios destinados a lo que se da en llamar "el espectáculo" trabajaban en circos amaestrando serpientes o alimentando sapos. Hoy, la tele y la radio les han dado la ocasión de ocupar los espacios de los animales que antes amaestraban o alimentaban.
Escucho decir "todo el mundo los ve". Yo, que soy parte del mundo, salvo opinión en contrario, no los veo y ninguna de las personas que frecuento, a menos que lo oculten, me cuenta que los haya visto. Reciben, sí, los comentarios de otros y, luego, los circulan. Se crea así la ficción de su importancia. Y quizá sean importantes o al menos todo lo importante que requiere la sociedad para no ocuparse de los temas que realmente preocupan.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21.
Ya hemos hablado del aspecto meramente manipulador de la televisión. El bombardeo de imagenes para que usted sea un ente facilmente manejable y distraerlo de los verdaderos problemas del mundo. Guillermo Giacosa hace una observación sobre el programa Intrusos de canal 91, que es de lo mas repulsivo en un país como Argentina en donde la crisis agobiante y la huelga de los trabajadores del campo pasan a un segundo lugar para que nos enteremos de los pormenones de la boda de Wanda Nara. Aquí la Sra Medina, en el mismo estilo, cumple (igual que casi todos los otros) a la perfección los mismos objetivos de estupidizarnos.
Gran sintonía en sector A, en donde supuestamente están las personas con mayor acceso a la cultura (ja,ja) y en el D donde no hay acceso a la cultura (?).
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