lunes, 30 de junio de 2008

EL MUNDIAL DE LA DICTADURA




a treinta años del triunfo argentino en el mundial 78
Verás, Alicia, este país no estuvo hecho porque sí


Jorge Lanata (*)


“El mal banal es superficial: se propaga en la superficie, como un hongo. No se necesitan seres excepcionalmente apasionados, destructivos o de gran voluntad para que un genocidio pueda ser llevado a cabo, sino buenos padres de familia, probos funcionarios, gente de orden.”
Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén,un estudio sobre la banalidad del mal, 1999.


“Me tuve que bancar el discurso de Videla. Me quedé de brazos cruzados puteando para adentro y advirtiendo que entre la gente había muchos canas adiestrados para aplaudir y que la gente se contagiara. Es posible que así fuera. Pero también era cierto que entre aquellos 75.000 argentinos que escucharon a Videla, la oposición era casi nula. Aquel jueves puede ser señalado como uno de los momentos de mayor apoyo colectivo que vivió la dictadura.”
Claudio Morresi, a la revista El Periodista,1985.


“Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a encontrarnos. Tal es el destino de todos los hombres. ¡Viva Alemania! ¡Viva la Argentina! ¡Viva Austria! ¡Nunca las olvidaré!”
Últimas palabras del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann.


Y volvió a suceder. Esta semana, los argentinos recordamos a la dictadura como si nadie hubiera estado aquí. Cuarenta millones de argentinos honrados y pluralistas que resultaron dominados por un grupo de militares que aterrizó en un OVNI. Locutores graves, periódicos adustos que nos hablan del “horror”, música incidental, mucho violoncelo y algún oportuno tambor debajo, silencios y “el horror”.Todos acaban de llegar al país. La imagen engolada de los que estuvieron siempre y están ahora destila cinismo y produce una cansada angustia en el espectador. Ya ni siquiera dicen que vivieron “engañados”, ahora hablan como si acabaran de enterarse y corrieran, valientes, a informarlo al público.


VEINTICINCO MILLONES DE ARGENTÍ-Í-NOS. A treinta años del Mundial varios periodistas deportivos decidieron mirarse y mirar al espejo: el resultado es útil y, en algunos tramos, desgarrador. El viernes se presentó Hechos pelota de Fernando Ferreira, ediciones Al Arco, y días antes Fuimos campeones de Ricardo Gotta, una respuesta a su hijo Sebastián que alguna vez le preguntó por el 6 a 0 a Perú. Ya estaban en las librerías El terror y la gloria, de Abel Gilbert y Miguel Vittagliano, y La vergüenza de todos: el dedo en la llaga del Mundial 78, de Pablo Llonto.


–¿Acaso somos masoquistas? –se preguntó Ezequiel Fernández Moores en una columna del diario La Nación–. ¿Acaso somos responsables de la dictadura, de sus crímenes y de festejar su Mundial manipulado y de gastos sin control a gusto y piacere del almirante Carlos Lacoste?


Moores relata que en 2003 los campeones del 78 rechazaron compartir su recuerdo en el Monumental con los organismos de derechos humanos. “Muchos jugadores, especialmente el DT César Menotti, se negaron creyendo que tal vez eso hubiera implicado admitir culpa, o vergüenza, por haber jugado y ganado el Mundial (…) Como si ellos hubieran sido los únicos protagonistas de un Mundial que fue festejado por casi todos.”


“Yo fui uno de los que sabía que lo estaba pasando” –escribe, con lucidez, Osvaldo Pepe, secretario de redacción de Clarín, con un familiar desaparecido y otro torturado, redactor, entonces, de la revista Goles.


Pero como casi siempre sucede, los que se autocritican son los menos responsables: chicos que entonces comenzaban en la profesión, cronistas que en el mejor de los casos se callaban la boca en defensa propia. El cinismo de los medios es atroz: Clarín y La Nación, por ejemplo, publican estas columnas pero no dicen una sola palabra sobre su propio rol.


“Hemos retornado a la necesidad de fundar. Pocas frases pueden sintetizar el sentido de una voluntad política colectiva con menos palabras que las que empleó el brigadier Agosti. En efecto, todo el Proceso de Reorganización Nacional responde a la voluntad de las Fuerzas Armadas de actuar históricamente con un sentido fundacional” –publicó La Nación, en la columna editorial, en plena dictadura.


“La palabra presidencial, sin buscar aplausos anticipados, ha fijado un rumbo apto para la solución de los problemas nacionales. Y como el mismo Presidente lo expresa, el acierto de las decisiones del gobierno será en definitva el que suscitará la adhesión de la mayoría de los argentinos” –editorializó Clarín en junio de 1976.


“A pesar del boicot organizado por terroristas en distintas capitales de Europa. A pesar de las consignas subversivas que circularon clandestinamente con instrucciones de alterar el orden. A pesar de las presiones de ciertos periodistas extranjeros que empezaron criticando y ahora elogian. A pesar de todo y contra todos los argentinos hicimos el Mundial”, editorial de la revista Gente, 1 de junio de 1978.


“Legítimo orgullo nacional. La Argentina mostró al mundo rostro noble, alma limpia y corazón abierto. Una respuesta al desafío de los profetas del odio”, tituló el vespertino La Razón.


Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el proceso, de Eduardo Blaustein y Martín Zubieta editado por Colihue, es uno de los trabajos más útiles y documentados si se trata de indagar en las memorias del subsuelo. “Este Mundial reveló que el pueblo argentino está ansiando hacer algo positivo, después de infinitas frustraciones –le dijo a Clarín Ernesto Sabato–. Reveló un profundo sentimiento nacional (…) ojalá sirva para crear las bases de una nación en serio, para permitirnos levantar un país donde haya teléfonos que funcionen, hospitales que sirvan, maestros honrosamente pagados.”


El autor de Sobre héroes y tumbas encarnaría, sin pensarlo, una metáfora de la clase media argentina: ya había apoyado el golpe de Onganía y luego el de Videla, más tarde le tocaría decender al Infierno escuchando frente a frente los testimonios del Nunca Más.


En el documental Mundial 78, verdad o mentira, transmitido a mediados de la semana por el canal Encuentro, desfilaron frente a la cámara Sergio Renán, director y algunos de los protagonistas de La fiesta de todos, la película del Mundial: Diego Bonadeo, Félix Luna, Enrique Macaya. En el ya citado Hechos pelota, Juan José Panno recuerda: “Hasta 1976 trabajé en Clarín, del que me echaron bajo la acusación de guerrillero industrial. Además echaron a los 16 integrantes de la Comisión Interna, a 50 activistas y, en el transcurso de ese mismo año, a otros 400 gráficos y periodistas. Estuve dos años en Europa y volví en 1978, sin intención de quedarme y finalmente entré en El Gráfico cubriendo la selección hasta el Mundial 82. Recuerdo las discusiones políticas con el Flaco Menotti, que decía que Galtieri era un tipo diferente, en el que se podía confiar (…) Pienso que quizá me dejé usar, que mi culpa es la de omisión”. En declaraciones de 1999 a la revista Mística Ricardo Petracca, dirigente de Vélez, afirma algo similar:


–¿Cómo califica el Mundial 78?–Como una farsa. Un circo armado para tapar cosas terribles.


–Y ustedes, los dirigentes, ¿qué fueron entonces…cómplices?–No, cómplices no. Fuimos idiotas útiles.Llonto recuerda, en el libro de Ferreira: “Clarín organizó un partido de homenaje a los campeones del mundo cuando se cumplió un año del Mundial, contra el Resto del Mundo. Estaban en el estadio Videla y la señora de Noble con un tapado blanco. Clarín de aquellos años se manejaba con la AFA y con la Junta. Pedía algo y se lo daban sin problemas”.El 4 de junio de 1978 escribía, en Clarín, Joaquín Morales Solá: “Los argentinos tuvieron oportunidad de ver al presidente Videla, en su primera experiencia multitudinaria. Improvisó un breve discurso que siguió la línea conciliadora y pacifista habitual en el primer mandatario”.


¿Es lo mismo un columnista que un cronista? Es igual un editor que un redactor? ¿Un conductor que un locutor de turno? –Hay momentos en la vida en los que un hombre tiene que decir que no –dice Giancarlo Giannini en Pasqualino siete bellezas, el bello film de Lina Wertmüller, mientras escapa de las tropas nazis.¿Se podía decir que no? ¿A qué costo? Yo era, entonces, un chico de diecisiete que había comenzado a trabajar a los 14 y me fui de Radio Nacional en 1977, después de que alguien me prohibiera difundir un tema musical. Podía hacerlo, no tenía una familia a cargo, ni deudas, y no volví a los medios hasta el 82. La pregunta sobre los límites individuales es íntima y su respuesta, indeleble: quien la formule vivirá toda su vida con ella. Los psicópatas, claro, están capacitados para evitarla ya que la culpa no se cuenta entre sus debilidades.


ESA MUJER. Hannah Arendt (teórica política y filósofa alemana, 1906-1975, autora, entre otros, de Orígenes del totalitarismo, La banalidad del mal, Lecciones sobre la filosofía política de Kant) relata, en el ya citado Eichmann en Jerusalén, los pormenores del juicio del criminal de guerra en 1961. –No perseguí a los judíos con avidez ni con placer. Fue el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte, sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia.


En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo fue más tarde de los subalternos -declaró el máximo responsable de las deportaciones a los campos de concentración.Eichmann no sintió nunca cargos de conciencia y siempre ocupó el cargo de subalterno (teniente coronel de la subsección B-4).


Se pregunta Arendt: “¿Es éste un caso antológico de mala fe, de mentiroso autoengaño combinado con estupidez flagrante? ¿O es simplemente el caso del criminal eternamente impenitente? Dostoievsky en una ocasión cuenta que en Siberia, entre docenas de asesinos, violadores y ladrones, nunca conoció a un hombre que admitiera haber obrado mal”.


“Eichmann no era estúpido –escribe Arendt– únicamente la pura y simple irreflexión fue lo que lo predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, la naturaleza humana.” Esa incapacidad para distinguir el bien del mal explicaba que pudiera haber cometido acciones monstruosas y, a la vez, fuera incapaz de mentir o dañar a un superior para progresar en su carrera.


La tesis de Arendt concluye que la banalidad del mal permite rescatar la posición de la libertad humana: “Cada uno podía decidir por sí mismo ser bueno o ser malvado en Auschwitz”. Para decirlo de otro modo: aun estos delitos extraordinarios podían ser juzgados por las instituciones del hombre. Como sostiene José Lazaga, en Hannah Arendt o el valor de pensar, “así se restablecía la continuidad histórica con el pasado, condición para que los hombres volvieran a tener futuro”.


EN CHILE SE CONSIGUE. El pasado 21 de junio el Colegio de Periodistas chilenos pidió perdón a los familiares y víctimas de la dictadura “por aquellos medios y colegiados que mintieron para servir al régimen opresor, disfrazando asesinatos con falsos enfrentamientos con fuerzas de seguridad”.


El presidente del Colegio, Luis Conejeros, lo hizo en la persona de Roberto D’Orival e Isabel Gallardo, el primero representando a los familiares de los 119 desaparecidos en la Operación Colombo (hecha por la DINA dentro de la Operación Cóndor con los diarios El Mercurio, La Tercera y La Segunda) y la segunda en nombre de las familias de seis asesinados por la DINA en 1975, disfrazados como falsos enfrentamientos entre la Argentina y Chile.


El Tribunal de Ética Metropolitano del Colegio inició investigaciones sobre ambos casos hace algunos años y emitió sus fallos en 2006 y 2007 sancionando a ocho periodistas y exculpando a tres (dos de ellos por fallecimiento). Las condenas dieron lugar a un debate interno donde algunos miembros sostenían que los nombres de los periodistas no debían ser publicados. Finalmente, el sábado antepasado se hicieron públicos.


(*) De la columna del Director del diario Crítica Digital.
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