Psicoanálisis de la desfachatez
por Jorge Bruce (*)
Las sociedades y las épocas construyen subjetividades funcionales a su idiosincrasia. No era lo mismo vivir bajo la égida de la represión sexual que hoy, cuando se exige estar a la altura de los imperativos narcisistas y gozosos de la llamada liberación sexual, que en realidad es una obligación: si no la "rompes" en la cama, estás en nada. Lo cual no significa que la represión haya desaparecido con su cortejo de inhibiciones y síntomas, pero se ha debilitado como paradigma (aunque sectores retrógrados la añoren con la melancolía de los buenos tiempos). Así como el identikit del individuo posmoderno ha evolucionado respecto de los usos y costumbres sexuales, lo propio ha ocurrido con mecanismos de control social como la culpa y la vergüenza. En sintonía con la religión del triunfo y el consumo -cuyos principales indicadores son el dinero y el estatus-, la permisividad se ha extendido en relación inversamente proporcional al costo social del daño generado a los otros. Más allá de las clamorosas inconsistencias del Poder Judicial, el Congreso o la Policía, la población tampoco ejerce su poder de sancionar al infractor mediante la reprobación pública. Pero sí interpreta lo que sucede en función de sus intereses.
De este modo, el presidente puede realizar anuncios olímpicamente estrambóticos y al día siguiente fustigar, imperturbable, a los que no piensan en grande. Fujimori desafía el más elemental sentido común al pretender que no sabía nada y su aprobación no cede; más bien aumentan quienes lo compadecen. El ministro del Interior es acaso el más llamativo exponente de esta tendencia a negar con descaro las consecuencias de sus actos. Arrastra un conjunto de desaciertos que va de lo oscuro de las licitaciones de los patrulleros a lo siniestro de las muertes en Ayacucho, y ahora acaba de ocurrir lo de Moquegua, sin que se le ruborice un vasito sanguíneo en el rostro. En cambio echa a las fieras -tanto durante como después- al general Jordán. La Subcomisión de Acusaciones Constitucionales del Congreso acusa al ex ministro Rospigliosi ignorando el informe del congresista aprista Vargas, que no encontraba fundamento en la denuncia formulada por el ex congresista toledista Jorge Mufarech, otro notorio desinhibido. Como no le salió una licitación textil tan transparente como la de los patrulleros, la emprendió contra Rospigliosi por haber solicitado los servicios de Proética para garantizar la limpieza del proceso. Apristas, fujimoristas y humalistas se unen para una notificación de represalia y amedrentamiento a quienes osen criticarlos. En la impunidad, hermanos.
La gobernabilidad no es solo cuestión de autoridad: los ejemplos y símbolos son esenciales. Si Burga continúa al frente de la selección, Alva Castro en el ministerio, Alfredo Gonzales tiene programa de TV (todos lo vimos por ese mismo medio agarrar a empellones a una fiscal), el ciudadano español que conduce ebrio y agrede a transeúntes o policías sale libre, mientras los "malditos de Larcomar" no reciben disculpas del alcalde de Miraflores, la aberrante acusación contra Rospigliosi es aprobada en el pleno y Angie Jibaja va a la cárcel, el mensaje es clarísimo: la justicia es ciega con los misios, tuerta con los justos y clarividente con los poderosos. La toma del puente Montalvo, en el sur, es una interpretación popular de esta primitiva ley del más fuerte, cuya cualidad personal más adaptada es, pues, la desfachatez.
(*) Aparecido en su columna del diario Perú21
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